Demuestras más de lo que vales y aún no te lo crees,
Sientes aquello que un día predijeron y tu miedo reacio aparece cuando intuyes que son las diez.
Y te preguntas el porque siempre pensamos que nunca superaremos un amor que nos hizo sufrir, que nunca llegará el día en que seamos libres de pensamiento. Pero sí, llega, y lo hace el día que menos lo esperas, al bajar del autobús y encontrarte que en la calle llueve o ha salido el sol más radiante del mes de diciembre y entonces la vida te devuelve la lección y te das cuenta de que el tiempo pone a las personas en el lugar en el que deben estar.
Sin darte cuenta allí están otra vez, comienzas a sentir...
Hay días en los que sacas el paraguas, pero ¿no te das cuenta que después de la tempestad siempre sale el sol?.
Aprenderás de tus errores, aunque algún día los volverás a cometer.
Pero la vida sigue y después de un mal amor, no se detiene, continúa con su intenso tic-tac y nos ofrece una nueva oportunidad, aunque creamos que es imposible, siempre podemos volver a ser libres.
Por alguna razón ocurren las cosas y mejor pensar que todo es para mejor, o eso dicen.
Siempre creí en los cuentos de hadas, pero si las cosas no cambiaron aquella primera vez, estoy segura que ya no lo harán, porque cambiar a alguien es más difícil que mantenerte con vida, es la guerra perdida de tu siglo.
Y recuerdo que en aquel cuaderno un mal día escribí que la vida no es más que un conjunto de veces que nos empeñamos en ser felices, en aferrarnos a alguien que no es para nosotros. No se puede vivir del recuerdo, debemos recordarlo, pero nunca pensar en ello. Por eso en la búsqueda del destino que me pertenece, ahora que me cruzo contigo, no paro de plantearme la duda de si algún día el sol saldrá tras la tormenta anunciando que hoy es el día que empieza mi destino...contigo.
Aunque en tu día a día no haya un hueco, un espacio para mí, yo sigo intentando demostrarme que valgo más de lo que creo y ¿tu? Has aprendido a creer.
Me empeño en buscarle al minuto los segundos para no perder de vista ninguno de tus movimientos sobre el tablero de ajedrez que me he tatuado en el corazón. Ingenua de mi, amigo, por seguir esperando sin tener por seguro que algún día compartiremos asiento en la búsqueda de aquello que no es ni tuyo ni mío.
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